viernes, 4 de diciembre de 2020

EN LA CABRERA

 Paseo temprano este 4 de Diciembre, con Dersu y Balthus, se ha levantado un viento frío del norte, el cielo está nítido, las nubes dibujadas y recortadas contra el azul y la luna terca , manteniéndose en las alturas, fría y bella.

Ayer salí del estudio y tuvimos una reunión de cuatro pintores, en la Cabrera, con Belén, Reyes y Santiago.

Todos en lo mismo a pesar de las diferencias entre nuestras pinturas. Esa lucha entre la forma y la expresividad. 

Entre la seguridad que proporciona el oficio y la incertidumbre en la que te sumerges cuando la búsqueda se eleva por encima del resultado que todos anhelamos.

Algo sé, y es que la gran pintura y la gran belleza no es la consecuencia de escalas programadas, ese resultado siempre se estanca en la tierra ya conocida, permanece en la parcela cercada.

 Si renunciamos a la programación, al oficio aprendido tras años de ejercicio, si pintamos desde la humildad, desde el no sé, si intentamos plasmar la sintonía de lo que sentimos frente al misterio vivo, entramos en el caos y en el vértigo de la impotencia. Pero hay que seguir hasta que de esa tierra  horadada se vislumbre una salida hasta entonces desconocida. Una parte de nosotros mismos que no estaba registrada y que reconocemos como algo propio y que surge cuando buscábamos lo otro, cuando perseguíamos la luz, la sombra, el color, el tono preciso y la forma esquiva y fugaz.

Es precisamente en el olvido de nosotros mismos cuando se nos hace presente de una forma intensa que somos lo que miramos, que no hay fronteras, que todo está unido.

Es así, cuando pintar se convierte en una oración , en un misticismo, en una revelación que jamás habíamos soñado.