Hay un lenguaje que la música capta mejor que ningún otro modo de expresión, es el del ritmo de la naturaleza, de las olas del mar, de las olas del dolor y la alegría, del viento que mece las hojas de los árboles.
Las nubes viajan por el cielo como los sentimientos por nuestro corazón, y las palabras no logran la aproximación milimétrica que consigue el ritmo de la melodía, el gemido de la garganta fusionándose en la música. No importa que la voz se exprese en otro idioma, hay una estructura interna que capta el ritmo de la tristeza, las oleadas de la euforia, el latido de La paz, pues no es la palabra la que nos llega, sino la música la que nos taladra mucho más adentro, más allá de la comprensión racional, hasta el tuétano de nuestra irracionalidad, de nuestro misterio inefable, nuestro asombro vital.