martes, 25 de octubre de 2016

UNA PESADILLA

Me desperté sobresaltado por una pesadilla. Eran las 5'30 de la madrugada: Ese sueño de terror que parecía real me situaba en el Tee del 17, un par 3,  parte de la salida estaba en obras. Ponía la bola en un determinado lugar y al emprender la rutina antes del golpe, no lo veía claro y cambiaba la bola de lugar, así sucesivas veces, mis compañeros de partido habían salido ya y como seguía liado en mi laberinto, podía verles pateando en el green, ya lejos, habían desistido de acompañarme y me habían dado por imposible. La realidad es que yo no veía el golpe desde ningún sitio y la pesadilla se alargaba hasta llegar a una ansiedad delirante.
Eso es el golf, sabes que tienes que soltar el golpe con determinación hacia un objetivo preciso, debería ser así, sin más. Pero la realidad es que es un juego lleno de trampas, de frenos, de miedos provocados por el diseño del campo de juego,  el miedo paraliza y provoca descoordinación y la deseada naturalidad se pierde.
Hace algunos años que prácticamente he dejado de jugar al golf, pero el golf está ahí, cala hasta los huesos.
Un espejo de la vida.
Mira el swing de un jugador, juega con él 18 hoyos, y ya sabes casi todo lo que puedes conocer de ese ser humano.
Yo siempre fui un sensual del golf, me interesó más el golpeo de la bola que el resultado.
Contemplar el vuelo perfecto de un draw, del ansiado fade, sentir en el centro del pat el toque de mantequilla y ver deslizarse la bola hasta el hoyo. Hacer un swing rítmico con el driver y ver caer la bola cerca de los 300m. Eso es la belleza.
El resultado es otra cosa. Eso daría para escribir largo y tendido, pero eso en otro momento.

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