Se me cayó el Teléfono Mv ya viejo, y la pantalla se quebró. Así que acudí a una tienda de segunda mano donde vendían teléfonos en buen estado para sustituirlo. Llegué demasiado pronto y la tienda estaba cerrada, tenía una hora de margen y decidí darme una vuelta por ese barrio, y así divagando, encontré una librería de música. Entré y ojeé algunos libros hasta que uno me llamó la atención. No sé la razón, pero seguí mi intuición y lo compré: Vatio, escrito por A.J. Ussía.
El argumento es la relación, en principio de trabajo, de un joven que hace de asistente a un músico de los pocos a los que podríamos definir como genio. El relato va creciendo como la amistad entre el asistente y su admirado autor de canciones que están más allá.
Todos los que hemos escuchado esas canciones, podemos decir que forman parte de nuestra íntima historia personal, pero no quiero hablar del músico extraordinario que comparte el protagonismo de esta historia, entre otras cosas porque A.J. Ussía ha decidido usar seudónimos y me gustaría en estas letras respetar su voluntad.
Esta historia iniciática está escrita con una sensibilidad profunda, sin la más mínima invasión de ego, es un documento emocionante. Sin esnobismo intelectual, con una sencillez rara de encontrar, sería más exacto decir elegancia, la elegancia del que no quiere presumir, sino comunicar un suceso esencial que abrasa por dentro y es necesario transmitir y compartir.
Es una inmersión en un terreno desconocido, somos testigos de los momentos mágicos de la creación y atravesamos los linderos prohibidos y las conexiones y las sombras que proyecta una luz cegadora.
Han pasado años y tanta intensidad se ha asentado y ahora es clarividencia, una historia que no es juzgada sino relatada con temple, con naturalidad, con verdad, la muleta en la mano izquierda.
El libro nos hace ver dos lineas paralelas que apuntan en la misma dirección y están condenadas a entenderse sin entrelazar sus trayectorias. Es la sensibilidad creadora y la sensibilidad contemplativa. El espectador emocionado de una sinfonía que le taladra.
Una pintura necesita un espectador a su altura. Un músico precisa de un oyente que sienta en el mismo nivel. El músico recibe el aplauso y los honores, el que es atravesado por la melodía tiene el premio del sentimiento colmado, del que se mira en un espejo mágico y siente que otro ser le ha retratado, es una comunión, una oración compartida.
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