Es curioso cómo se parecen, hasta confundirse, los contrarios.
Veo una imagen bellísima del artista Ai Weiwei, es una foto que él mismo ha colgado en Instagram.
Aparece él con su hijo flotando en una piscina de Munich. Los dos mirando al cielo, unidos sus vientres, las cabezas en extremos opuestos. La figura del hombre maduro inmensa, la del niño, grácil y menuda. Les rodea un agua ultramar, roto el azul por un leve oleaje de espuma blanca. Los brazos abiertos pierden sus formas en la vibración del agua, la cabeza del niño flota con unas gafas acuáticas de espejos azules, la cabeza del padre emerge rotunda y craneal.
¿ Están en el agua o en el espacio azul rodeados de estrellas y constelaciones? ¿ Miran hacia arriba o hacia dentro de si mismos? El azul que les rodea no tiene bordes, está abierto hacia el infinito; es el verano, estamos en Agosto, pero ellos están en alguna otra parte, en su propia felicidad, así que ellos ya han burlado al tiempo.
Ai Weiwei ha permanecido, primero encarcelado, y luego retenido en China durante casi un lustro. Nada mas recobrar su pasaporte, viajó a Alemania para ver a su hijo.
Es el momento de la libertad y la gloria del reencuentro, los cuerpos se diluyen como si regresaran al origen de los tiempos, antes del inicio. Desintegrándose en el éter, en la nebulosa del amor, un padre con su hijo, libres ya de cualquier cárcel, de cualquier barrera, de cualquier planeta conocido.
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