“ Espera con paciencia al Señor, sé valiente y esforzado. Sí, espera al Señor”
Zach Johnson estaba recitando este salmo de la Biblia, con los ojos cerrados, por eso no reaccionó con júbilo a pesar de haber ganado el torneo más importante del mundo: El British Open.
Fueron el murmullo del público en el green del 18, al fallar Louis Oosthuizen el putt de birdie, y el abrazo de su caddie, los que le sacaron del trance en el que estaba sumido.
Zach Johnson no tiene la potencia de los jóvenes golfistas de la última generación, tampoco tiene el swing perfecto de muchos jugadores de academia. Ha sido y es más un trabajador incansable que un jugador dotado con un talento natural. Con un grip fuerte, con la cara del palo cerrada arriba en el swing, es su movimiento de piernas potente, el que le lleva a hacer un swing medido y repetitivo, trabajado hasta la extenuación, hasta conseguir una naturalidad que persiste en los momentos de máxima tensión. Eso es lo que quieren y buscan los grandes golfistas, un swing natural que resista la presión cuando se están jugando los torneos ante los mejores jugadores del mundo.
Zach Johnson no buscó el swing perfecto, buscó su swing, el suyo.
Un tío original, 39 años, de Iowa, padre de dos hijos, de un único amor, su mujer, religioso, lleno de fe en si mismo, humilde, un tío que jugando ante otros que le sacan 30 metros con el drive, no se arruga, sigue firme aprovechando sus cualidades y no pensando en las de los rivales, un competidor feroz, decidido, paciente: “ Sé valiente y esforzado, espera al Señor”.
Y ha ganado en St. Andrews, en Escocia, en la cuna del golf. El campo con más solera del mundo, que con su diseño natural, sigue enamorando a todos los jugadores. Golf genuino, nada de atletas culturistas, artistas del golf. Qué pena que el gran Tom Watson, que se ha despedido este fin de semana del British, no rematara su hazaña, hace tres años, para ser el primero en ganar un British con 60 años. Campos que recompensan la sabiduría y la habilidad por encima de la potencia bruta.
En su discurso espaciado por los silencios emocionados, Zach Johnson, fue superando la zozobra, y mencionó, sin olvidarse de nadie, a todos a los que debía gratitud. Homenajeó a sus fieros rivales y ensalzó su grandeza, habló del mejor amateur, valoró el inmejorable estado del campo. Y dejó para el final al Señor.
Era su forma de reconocer que todos somos insignificantes, pero la fe nos hace gigantes, invencibles cuando los astros se alinean a nuestro favor. Sólo es cuestión de trabajar incansablemente, repetir la letanía hasta el agotamiento, también la mayoría de las veces, cuando una vez más, se ha perdido o no se ha pasado el corte. “ Espera al Señor”.
Zach Johnson es ya una leyenda. Ha ganado dos grandes, los más grandes entre los grandes. Masters en el Augusta National, y El Open en St. Andrews.
El humilde trabajador de Iowa, está en el olimpo junto a Bobby Jones, Sam Snead, Ben Hogan, Nicklaus, Gary Player, Tom Watson, Seve , Faldo, Tiger.
Otros mejores que él, se siguen quejando del tiempo, de la mala suerte, de las jorobas del terreno.
Pero Z. Johnson va a seguir ahí, abrasando las banderas, metiendo los putts, esperando al Señor, confiando valiente y esforzado, agradecido a su familia, reverenciando a sus maestros.
David ante Goliat.
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