jueves, 9 de julio de 2015
MATAMALA II
El duende se sube al coloso, el gigantesco roble nos ha tendido su brazo roto y Belén trepa hasta su copa.
Allí abarca toda la vista del valle, el horizonte azul perdiéndose en la calima del verano.
Y descubre el secreto del gigantesco árbol, un gran hueco en el mismo centro de su tronco.
Ella lleva tiempo queriendo encontrar respuestas, pero Dios no habla, sus respuestas no están constituidas por las huecas palabras, sus signos son otros, a veces sutiles señales, en otras ocasiones contundentes hechos que agujerean las tierras o la quimérica eternidad de los gigantescos robles.
Es la vida y la muerte que están indisolublemente unidas.
Pero el roble quebrado vuelve a mostrar sus hojas verdes, Belén tiene la respuesta en si, sólo que no se mira en el espejo, a pesar del silencio ella sigue con su alegría imperecedera, está salvada y no lo sabe. Parece, ahí subida, oculta entre el ramaje y el verdor, el gran alma del coloso.
Todo está agrietado, es la esencia de la vida.
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