Tras la larga marcha por el desierto, llegaron a divisar el punto de destino.
En aquel pueblo le esperaba una muerte segura.
Pero esa sentencia liberaría a su descendencia de una ya larga maldición.
El centinela que le custodiaba, le indicó, sin embargo, otro camino:
-"Atraviesa la arena blanca, camina hacia el cielo, hacia tu libertad, estás vivo, así pues vive"
"Yo diré a tus enemigos que te entregué y que fuiste decapitado"
" Tu condena será no poder ver nunca más a tu familia, deberás iniciar una nueva vida en algún otro lugar, pues cada acto tiene sus fatales consecuencias"
"Pero así tu familia se liberará para siempre de la maldición heredada"
El centinela había protegido al condenado poniendo en riesgo su propia vida, dando ejemplo con un valor heroico, aquella travesía había sido dura físicamente, pero se habían ido desprendiendo, los dos, de cargas muy pesadas que llevaban en su corazón desde tiempos remotos.
Aquel maestro de escuela, al que habían asignado a la fuerza la custodia del preso, era un ser fuerte, antiguo comandante de los ejércitos, que se había refugiado, en el presente, en la paz de enseñar a los niños del desierto.
El preso había cometido un asesinato en legítima defensa, era un hombre dulce y manso pero tuvo que usar la violencia. Sus valores y su honor le inclinaban a aceptar resignadamente la muerte.
Todas sus creencias se enfrentaban ante el héroe que le ofrecía, ahora, la vida.
El ángel de la guarda se había encarnado en su centinela, un guerrero feroz, un humilde maestro que no podía ocultar su majestad.
Y esas oportunidades sólo surgen una vez en la vida.
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