Caminaba bajo la lluvia por la calle Costanilla de Los Desamparados, me dirigía hacia Amor de Dios, y cada portal bajo era un pequeño antro en el que se vendía Yoga, Autoayuda, bares y consuelo, tiendas vegetarianas: -" Aliméntese bien, tendrá así una figura perfecta y ninguna enfermedad perturbará su vida".
Como si la inmortalidad estuviera ahí, a la vuelta de la esquina, en la calle de Santa María.
Andaba algo desorientado, con dos disfraces en una percha que debía devolver a la tienda donde habían sido alquilados. Y mi propia vida me parecía una sucesión de disfraces varios, que me había ido poniendo, obligado, para ir encajando en la propia familia, en los estudios, en el lugar que a cada uno parece que le asignan para no ser considerado un bicho raro e inclasificable.
Y pensaba en una posible novela en la que un peatón despistado, yo mismo, iba entrando, en cada capítulo, en el bar, en la tienda macrobiótica, en el centro del yogui, en el confesionario de la iglesia, y a cada una de esas personas que vendían salvación, les iría contando los sucesos crudos de mi vida, así sencillamente, como quien suelta sapos por la boca, uno tras otro, al sacerdote, al psiquiatra, al filósofo, al de la barra del bar, a todos, a ver si alguien podría ofrecerme una clave nueva y distinta, a ver si alguien me descubría el lugar dónde hubieran pintado hoy un buen cuadro o compuesto una canción de verdad; o si en verdad existe una sola persona, en el vecindario, que viva sin mentiras o disfraces, alguien que quiera a sus padres y a sus hijos, enamorado de verdad de su mujer y que ame el trabajo diario con el que se gana la vida.
Y los sapos saltaban a mi alrededor viscosos y marrones, a cámara lenta, se hacían visibles y rotundos con letras claras, negro sobre blanco, en mis páginas imposibles, en esa novela que debería escribir para que se leyera como el documento de un delincuente, de un traidor, alguien que finalmente era algo distinto de lo esperado, opuesto a aquello en lo que fue educado. Una novela con un documento anexo en el que se indicara que debía leerse o publicarse cuando ya los padres hubiesen muerto, y los hermanos y los amores y los hijos. Cuando el tiempo ya hubiera enterrado a cuatro generaciones y los descendientes no pudieran sentir vergüenza de sus propias raíces.
Pues escribir y pintar de verdad, es en verdad impresentable.
Escribir y vivir en la transparencia, sin secretos, sin temor a herir a nadie, con la propia verdad por delante, vivir impunemente, como si fuéramos dioses inmunes a las lesiones o a la enfermedad, a la depresión, sólo pendientes de la embriaguez, de las pasiones, del momento cumbre.
¡ Ah ! ¡ Vaya quimera !
El que vive así es automáticamente desterrado, el que vive así acaba casándose con su propia soledad, con su propia grandeza, con su sola miseria.
ME GUSTA TU TEXTO SE PUEDE DECIR QUE TIENES BOHEMIA ,DESEOS DE SER OTR@,VIVIR COMO OTR@,DESHACERTE DE TU OTR@.
ResponderEliminarSIENTO COMO TU AVECES ESA SOLEDAD QUE YA ME GUSTA,
SUERTE,PINTATE OTR@ VEZ.