La página en blanco, el lienzo virgen, la melodía desconocida.
Te despiertas una mañana y no te reconoces en tu propio espejo.
O eres el que no quieres ser, aquello que tanto odias en los demás, brilla ese nuevo día en tu rostro.
O simplemente hay que reconocer que estamos dominados por lo irracional, que la tierra gira como una esfera imparable hacia un destino oscuro, porque la luz nos acaba hastiando y necesitamos para avanzar la fuerza devastadora de Lucifer, la violencia de la guerra o la destrucción diaria de nuestros valores más firmes.
Caminamos vulnerables sobre el alambre.
Es mejor reconocer humildemente en cada nuevo día nuestra ignorancia.
Intuimos, creemos avanzar, dudamos, nuestra barco navega en zozobra.
Y si miramos hacia atrás, hemos atravesado océanos, conquistado continentes, vencido a enfermedades, pintado bóvedas eternas, escrito poemas que parecen detener el tiempo en el instante luminoso.
Quizá es mejor no dividir, no separar la luz de la sombra pues todo es lo mismo.
Mejor orientalizarnos y hablar del Yin y el Yan, mejor no juzgar, aceptar los hechos como un cirujano que en estado de alerta reconstruye el organismo dañado y va apartando las células destructoras.
A veces las palabras tiñen la esencia de las cosas y nos impiden ver.
El nombre de las cosas nos puede cegar.
Quizá está ahí, tras el cambio de rasante, tras la curva del camino, eso que tanto tememos:
La muerte diaria, la depuración incesante, la caducidad esencial.
Nuestra misma esencia, nuestra verdadera naturaleza, la impermanencia.
Lo que nos duele nos hace movernos.
La felicidad es un estado de calma frente al fuego o frente a la belleza del mar.
Y llega la ola y derriba el asiento y moja las toallas y hay que asentarse en otro lugar.
Huir del fuego que quema el bosque querido.
Vagabundos de nuestra propia felicidad.
Emigrantes en busca de patria.
Incesantes buscadores de la melodía perfecta.
Pero escúchate esta nueva mañana en la que no te reconoces como si el que te mira desde el espejo fuera un profeta que te habla y te dice secamente:
-"No hay patria, ni felicidad ni melodía perfecta"-
Tentativas, aproximaciones, esferas girando sin cesar en órbitas ignotas, grumetes aprendiendo el arte de no marearse.
Mis ojos cambian de color con la luz, ahora son pardos y si sale el sol, son verdes.
Ni siquiera existe la identidad.
Aunque tengas un nombre.
17 Marzo 2020
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