Pasear y dejar que la mente vuele libre, y sorprenderse a uno mismo sin las máscaras usuales.
Y lo que aparece es sorprendente por inesperado. Mejor no ponerle adjetivos.
Aunque finalmente es inevitable.
Ya se disuelven las muletas que nos sostienen, ya no es trágico, ni místico, ni es una cruz, ni es sublime.
Es ridículo: más difícil de afrontar.
Es la raya que hemos cruzado y cuesta mirar de frente pues provoca un rechazo visceral.
Lo ridículo está fuera de cualquier espacio, no aparece en ningún mapa, está incluso fuera de su propio significado, solo es rescatable desde la palabra, para desear su invisibilidad y hacer así desaparecer la vergüenza.
La vergüenza no es dolor ni rabia, es un desnudo con la peor luz, es mirarse en un espejo en el que no te encuentras, es cerrar los ojos para ni siquiera reír o llorar, es un sabor ácido que no está registrado.
El ridículo es primo hermano del mareo.
Sensación de mar en tierra.
El ridículo es un imposible que sucede muchas más veces que otras cosas que si serían posibles y sin embargo, nunca acontecen.
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