miércoles, 6 de enero de 2016

LOS REYES MAGOS

Fueron siguiendo en dirección a la estrella, esperaban la llegada del Mesías. No arribaron a un palacio rutilante. El niño Dios había nacido en un establo. Pero aquellos tres Reyes, se arrodillaron ante el pesebre, humildemente. No hallaron lo que esperaban, sino otra cosa absolutamente diferente.
Tampoco la vida de Jesús fue caminar brillantemente por un sendero cómodo. El hijo de Dios murió violentamente crucificado en un madero. Y en algún momento se rebeló ante la misión encomendada.
 -“ Dios mío, por qué me has abandonado”-
Sus palabras nos llegan a cada uno de nosotros en nuestra hora más silenciosa. El amor absoluto como raíz y como fin, como presente esencial.
No escribió ningún libro, su palabra nos llega transcrita por sus discípulos, quién sabe si en su presencia la palabra alcanzaría la revelación absoluta.
"Mi reino no es de este mundo".
Hay que abrir la puerta del templo y salir por su ventana, atravesar la nube, resguardarse del vendaval tras el risco, subir a la montaña, divisar las tres cruces, reposar en el silencio.
Seguir la estrella y aceptar que nuestros deseos tienen poco que ver con la realidad profunda de la vida.
Arrodillarse, como los Magos, ante el misterio, y orar en silencio: Señor, no sé.
Dame fuerzas para sobrellevar el amor.
En algún momento todo parece estar invertido y amar se convierte en un peso; no es así en verdad, pues es el amor lo que nos eleva en vuelo, pero antes hay que traspasar todas las lineas divisorias, hasta llegar al territorio sin fronteras.
Por el camino fueron quedando todas las ambiciones: en las vallas saltadas, en los muros rotos, en las cunetas.
Llegamos a creer que perdimos cosas imprescindibles.
No lo eran.
Eran los eslabones de las cadenas que nos esclavizaban.

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