Que el poder corrompe es tan sabido como que sorprende cada vez que sale un nuevo caso.
Y la única revolución para remediarlo es la educación.
La educación en libertad, la descripción de los hechos, el conocimiento de la antropología, de la filosofía, de la sociología, la historia de las religiones y de la teología, de la ética y la estética.
La ciencia, el arte y la religión.
El hombre siempre ha necesitado la trascendencia, ante la muerte, claro, pero también ante el misterio de la vida.
Llegar a la bondad no sólo a través del corazón, sino también porque la inteligencia nos lleva a ese puerto.
Nunca he creído en la inteligencia de los grandes perversos de la historia. Serían seres dotados en otros niveles, pero los inteligentes se depuran primero a si mismos, pues en la mejora personal está el germen de la felicidad y de la paz.
El que se quiere imponer con violencia nunca es inteligente y ni siquiera es fuerte.
El que hace trampas se sabe débil e impotente.
La estupidez del bondadoso es un mito dañino.
El que recibe una torta y no responde violentamente muestra su superioridad moral.
Si te obligan a hacer trampas, retírate, aunque pierdas.
Volvamos a la raíz de todo: La educación.
Quizá haya que subvertir los términos y perder sea el verdadero triunfo. O para precisar mejor, no depender del triunfo, no pagarlo a cualquier precio. Saber estar en los márgenes de píe, mejor que en el centro arrodillados.
El que ya lo perdió todo, por fin ganó su libertad.
Por eso Cesar temía al hombre flaco. Al hombre fuerte que no estaba dominado por vicio alguno. A ese ser no había forma de comprarle, era libre de cualquier apetito. Indemne ante cualquier intento de soborno.
El héroe no es el que corta cabezas, sino el que tiene la fortaleza moral para seguir siendo él mismo aunque le amenacen con la guillotina.
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