A través de la sensibilidad uno puede ir construyendo su ciudadela, una fortificación a la medida del propio ser, un lugar al que volver, un lugar del que partir.
El sentir con alta intensidad abruma y viene después la necesidad del análisis, la búsqueda del equilibrio necesario y del temple imprescindible para vivir al menos algún periodo de paz.
Así que la primera piedra de esa fortaleza la levantó el sentimiento desbordante.
Y dentro de ese fuerte está el lugar donde reposan los libros, y la ventana para ver las estrellas nocturnas y los cielos al amanecer, y la estancia vacía para rezar y permanecer en silencio.
Un hueco en la tierra que alimenta nuestras raíces.
Somos árboles vagabundos, desertamos de nuestro lugar de origen, olvidamos la savia original, anhelamos el paraíso y vagamos ciegos o iluminados en su busca.
Pero en algún momento regresamos, volvemos a ocupar nuestro lugar.
Y esa tierra primera sabe mejor cuando uno ha dado su vuelta al mundo.
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