En la semifinal femenina de 5000m, dos atletas se tropezaron y quedaron tendidas en el suelo mientras la carrera seguía, pero Nikki Hamblin , neozelandesa, se levantó y en vez de seguir corriendo, esperó a la estadounidense Abbey D'Agostino, dándole ánimos y ayuda para seguir. Acabaron las dos entrando muy rezagadas.
Ese gesto de máxima deportividad fue premiado con una recalificación ejemplar.
No es casualidad que fuera una carrera de féminas, las mujeres compiten de otra manera más humana, más elegante, se abrazan, rivales y solidarias, al final, se felicitan y se consuelan con un lenguaje corporal mucho más sincero que lo que muestran los hombres. Hay menos egocentrismo, el mismo deseo de superar los propios límites, pero esa excelencia se muestra en las mujeres de una forma más pura, menos contaminada, brilla la estética y también la ética.
Ruth Beitia, medalla de oro olímpica en salto de altura, no hablaba de si misma recién ganadora, hablaba de su 50%, su entrenador desde hace 26 años, Ramón Torralbo.
Que diferente ese ciclista, hombre, que entró celebrando su medalla de bronce tocándose el paquete, ese gesto tuvo su parte de desahogo, de liberación, hasta de comicidad; también me quito el sombrero ante su prodigiosa carrera...
Pero me quedo con la bendita naturalidad de las mujeres, deberíamos aprender de ellas a ganar y a perder, a competir con deportividad, a deslizarnos en las pistas y en los campos de competición con esa suprema levedad.
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