Dejarse caer por el abismo para acortar con arrojo la trayectoria , ceder a nuestros deseos íntimos, a esos precisamente que sabemos que nos hacen perder el camino indicado y convencional.
Apretar el acelerador en la curva, regatear dentro de la propia área, donde el error es fatal, tener la valentía de seguir el instinto, sin cálculos, a pecho descubierto, bajar el puerto sin freno, ser invulnerable a la opinión ajena, fijar la mirada como lo hace el águila en su presa, vivir embriagado en el sentimiento, elevarse desde el impulso original sin planes ni programas establecidos.
Y beber de la copa divina.
Y pasado el efecto embriagador, regresar a poner los pies en la tierra.
Y asumir las consecuencias.
El que ha vivido como los Dioses llevará sobre los hombros la pesada tarea de ser hombre.
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