Los rascacielos eran rosas y azul celeste, se movían en un baile y la juventud llenaba las ventanas y los balcones, los campos de trigo llegaban hasta el borde del asfalto, las espigas doradas trepaban por las pendientes alcanzando los primeros semáforos de Madrid. Los jabalíes merodeaban en el parque del oeste. Carlos M. B, mi maestro, vivía en su casa de Rosales, y paseaba por las terrazas llenas de gente, las acacias brillaban verdes. Su hijo había escrito un libro genial de aforismos y sentencias que nadie leía, páginas llenas de sabiduría; un joven poeta que ahora vagaba de un lado a otro, sin rumbo fijo, malgastando su vida y su aureola de incomprendido.
Yo estaba en una de esas terrazas, en una mesa, con una mujer que escuchaba mis palabras en otro idioma.
La realidad cambia de color por las noches y seguimos soñando.
Nada muy distinto del acontecer diario.
Algunos cambios en el mapa, algunos cambios en el corazón.
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