Entran en el paraíso con su herencia resquebrajada, aprendieron a vivir alimentándose con comida amarga. Eso les constituyó, les formó, y ese sabor es como su propia sangre. Huelen la amargura y todo su ser es querencia, regresión a su origen.
No es fácil desaprender.
LLevó muchos años aprender a pervertirse, pasan muchos años hasta que uno se purifica.
Pisas el paraíso y la hierba mullida acaricia los pies, la visión habitual de diez metros no encuentra muros en kilómetros, el horizonte está limpio.
A la mujer mal tratada le besan la mano, su sonrisa llega por fin a ser bien acogida.
Un anciano nos devuelve nuestra identidad y no nos pide nada a cambio, es nuestro benefactor, quiere saber de nuestras vidas, escucharnos, pasear con nosotros.
La vida se está regenerando.
En el cielo apanas hay una nube suspendida, va pasando.
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