Caminaba esta mañana por la Quinta del Duque del Arco, es un palacio ajardinado, pero su recinto amurallado es amplio, un olivar con pradera, en El Pardo, por allí le puedo dejar a Lagun suelto, se divierte con las torcaces y los zorzales, también con las urracas.
En algún momento del paseo se me cayó la correa del perro y solo al final me di cuenta. Así que lo tenía difícil, había abarcado un terreno amplio y campo a través, alejado de los senderos.
Pregunté a otro paseante matutino que descansaba sentado en una piedra, me dijo que la había encontrado un hombre de pelo blanco, y que le había dicho que dejaría la correa en la puerta de la Quinta.
Y allí estaba, atada a la reja de hierro.
El hombre del pelo blanco había actuado con sencillez y sentido común.
Él no sabe que esa correa tenía un alto contenido sentimental, era la correa del Iru, ahora es de Lagun, una mágica conexión entre los tres.
Gracias, hombre sabio.
Me gustaría estrechar tu mano y darte las gracias.
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