La sensación era la misma que haber salido del hospital dejando allí disuelta una grave enfermedad y salir a la calle liberado. Comprar unas magdalenas de chocolate y llevarlas en su bolsa de papel cartón al gran parque para comerlas despacio, saboreándolas en el banco. Bajo el cielo limpio la vida continuaba, no había que pensar en nada, solo dejarse invadir por una alegría sin motivo alguno.
Hay días intrascendentes, leves, solo para algunos, no para otros.
En algún lugar cercano, un anciano fallecía a los 99 años, se había dejado morir en su casa justo antes de que le metieran en una residencia.
En la misma tierra y bajo el mismo cielo, apenas a unos kilómetros de distancia, el sabor del chocolate y el de la muerte.
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