Hay hechos y realidades personales que deben permanecer en el territorio del silencio.
Son siempre sucesos complejos que no admiten un juicio ordinario, que están más allá de la moral establecida, que afectan a la intimidad más recóndita del ser, que no se deben juzgar o analizar, ni siquiera nombrar.
Son precisamente esos hechos los que nos definen y están en la encrucijada de nuestra esencia múltiple, inabarcable en cualquier definición, ajena a cualquier cuadrícula.
Ni siquiera forman parte del tiempo, desbordan el espacio interior y exterior, fluyen en el alma y en la carne, pero reinan en su territorio oculto, pueden brillar con toda su fuerza en el silencio, ahí se mantiene impoluta su grandeza y su misterio. Devienen en vida después de haber muerto, o quizá no murieron nunca, quizá la muerte es un espejismo, quizá la vida es el temblor de la respiración y lo demás es sueño.
Que hay flores que nacen de las rendijas de las rocas y semillas que no llegan a nacer en tierra fértil.
Qué sabes tú, qué sé yo...
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