No es el hígado enfermo, ni el corazón roto ni la mente quebrada, no busques sanadores ni cirujanos ni psicólogos ni psiquiatras.
No son capaces de llegar ahí.
Es por el surco sagrado del dolor por donde se llega más directo al alma.
Y quizá algún segundo, algún minuto, a lo sumo durante un largo día, podrás saborear la alegría, que ya sabe distinto tras la amargura, el abandono y el desengaño.
Ya no eres el niño divino.
Eres el hombre, y una arruga vertical te parte la frente.
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