lunes, 19 de junio de 2017

LA OTRA VERTIENTE

Hay escaleras que solo se pueden subir y escaleras únicamente para bajar, y no me refiero a las escaleras mecánicas de los grandes almacenes.
A ciertas personas elegidas les ocurre así. Su trayectoria no entra en los esquemas de la lógica ni del sentido común.
 Elegidas o malditas, no sé dónde se establece esa frontera difusa.
Pero la escalera por la que habían subido a cualquiera que fuera su objetivo se desvanecía al dar el primer paso de regreso.
Conocí bien a una de esas personas que subía sin parar en su excelencia, y sin embargo tenía serias dificultades para subsistir en cualquier otra esfera que no fuera su materia de conocimiento.
Para  mi fue un verdadero Maestro, y cuando pienso en los laberintos que nos llevan hasta las personas que nos acaban formando, siento por dentro un escalofrío.
Nunca aprendió a transigir ni a programar estrategias de supervivencia, hacia delante siempre como un suicida a punto de estrellarse contra una roca, carretera de dirección única, sin el regreso necesario al descanso y al reparador hogar.
Y las mentes que no descansan acaban en alguna estrella que no brilla después de muerta y que nadie puede ver.
¡Ah! Sé que en ese cielo de estrellas invisibles se dibujan constelaciones rutilantes, pero brillan ya en la otra vertiente, sin rastro ni huella ni testimonio.
Era un solitario, nadie pudo avisarme de su muerte.
Pasé largos veranos en su pueblo, pintábamos los dos.
La última vez que le vi ya no me reconoció, nublado en su demencia senil.
Fue una muerte en vida, nuestros recuerdos eran ya sólo míos.
Me hubiera gustado despedirle, asistir a su entierro.
Te despido aquí sin nombrarte, eras grande, sabías llegar al mismo centro de las personas, y a pesar de que no descendiste por los escalones del descanso, jamás lloriqueaste ni dejaste de sonreír.
Tu casa celda y tus cuadros, no sé dónde acabarán.
Pero queda una brisa, una energía imperecedera, nadie sabe a quién más le rozará ni por que misteriosos medios sucederá.



 

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