Atravesaba en bici los Pirineos, la inmensidad de las cumbres, el gran silencio, el movimiento renovador de las nubes tapando y descubriendo las cimas y los cielos.
Y los cardos, estallaban violetas y refulgentes. Se erguían solitarios , acompañando el camino como una oración de humildad. Y sin embargo su centro concentraba rutilante la energía ingrávida de la luz celestial.
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