Estábamos hablando en la orilla del mar, con una confianza total. Por el aire circulaban la infancia, los afectos, la vocación, el asombro de la vida, la injusticia: Todo.
Entonces otra persona , que estaba más alejada, pero escuchaba nuestra conversación, me dijo: Le cuentas tu vida a cualquiera...
Y pensé en el abismo inabordable de ese ser que me reprochaba, desde su extrañeza, mi transparencia. Esa persona permanecía en un mutismo íntimo, pero podía hablar sin parar de los asuntos banales.
¿ Quien era el raro?
Con cualquiera no se comparte lo interno , sólo con los que buscan, con los que necesitan el encuentro, con aquellos que fijan su mirada en las corrientes subterráneas.
¿De qué otra cosa se puede hablar en verdad?
En esos encuentros con personas que han sufrido un duro golpe y están abiertos a los demás, suceden los verdaderos hallazgos, existe en esa comunicación algo que roza lo sagrado, como en una oración, pues las palabras pronunciadas tienen el poder de convocar al misterio. Y surge el alma común, el abrazo de todos los afligidos, la verdadera hermandad. Existe una revelación aunque no se desvela el misterio, pero si se hace presente la otra dimensión, la que mueve los hilos de las vidas y las muertes.
También está la risa y la alegría, pero ese es otro asunto, otra materia más leve e intangible.
Que bien lo pronunció Luis Rosales con su voz poética: " Las personas que no han sufrido, son como iglesias sin bendecir"
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