lunes, 4 de agosto de 2014

PEÑAS NEGRAS, CERROS ROTOS.





Desde lo alto del cerro roto, la ruina del castillo quebrando el cielo azul, subido en las peñas negras, se divisan los olivares de Mora, las tierras rojas diseminándose hasta el horizonte azul,  la lejanía de La Mancha. Las nubes imponiendo su presencia sobre la tierra dura, seca. ¡Qué tendrán las cumbres!... Sólo hay presente, silencio de brisa. El movimiento de las nubes, sus sombras violetas cubriendo extensiones de terreno, todo va mutándose armónicamente, la visión se renueva, el sol ilumina unas partes cuando reluce entre las nubes, la tierra se vuelve a apagar cuando el sol se oculta.  La visión del águila nos da la clave de la totalidad, de la fusión, de la pertenencia. Parece que el hombre ha de subir hasta estos puntos cardinales para que el simple hecho de mirar sea ya una revelación.
 Desde el cerro roto la voz sale sin lamentos, sin quejas, sin juicios. Es una exhalación incolora en la que está todo contenido,  la sonrisa, el mutismo, el grito, la alegría, los pies no sienten ya ningún peso, no hay apegos, quiero decir que la vida y la muerte se abrazan, nada importa, ni siquiera esa palabra estigmatizada: es un salto hacia lo otro, ya no hay vértigo.



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