No entendía por qué el trabajo diario no le daba resultados, la vulgaridad se le acumulaba persistente, capa tras capa de óleo, era como entrenar lo fallido.
Y sin embargo, cuando visitaba a su colega pintor,( que deambulaba por las calles y cerraba el estudio durante días seguidos, como si no le importara su oficio, sin ánimo de exponer ni mostrar su obra), entonces, frente a los cuadros de su amigo, clamaba contra la injusticia del destino, aquellos cuadros del otro estaban tocados por la gracia, y eso era así, inapelable, inexplicable, allí estaba el temblor de la verdad, la humilde majestad de la vida.
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