Veía “ Grandes Esperanzas”, adaptación cinematográfica de la novela de Charles Dickens, novela apasionada y romántica, iniciática, que trata la forja dura de la propia identidad, los abismos del amor, la escalada social, el origen de la propia sangre, la orfandad, el sueño y la estrella que persiguen los que quieren romper sus fronteras personales, desde el origen humilde a la opulencia y la belleza que proporciona el poder. Es natural en el ser humano progresar, escalar hacia la mejora, y no sólo importa hacia dónde se va , sino cómo se llega, qué se deja uno por el camino. Ya lo dijo Jesús, “ De qué te sirve ganar el mundo, si pierdes tu alma”.
Y pensaba en la dirección contraria, en el heroísmo inverso. No en el hombre humilde que lucha por armarse y acumular, sino en el hombre que nace en la abundancia y lucha por despojarse de lo material. En el ser que recibe la iluminación de liberarse, en el ser humano que emprende el camino del desarme y el desapego, menos romántico, menos novelesco, más escaso y extraordinario, como remar contra corriente.
Quizá la historia del Buda.
En los dos caminos hay un punto común de desarraigo, de soledad, de exilio.
El que lucha por llegar, acaba construyendo su palacio.
El que lucha por liberarse se funde en la infinita luz de la no forma, en el horizonte difuso y dorado del cuadro imposible de Turner.
Y este último camino es sin fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario