El milagro suele ocurrir una vez, en el momento justo, muchas veces después de haberlo esperado y ya haber perdido toda esperanza.
Y para que culmine es necesario abrirse de nuevo, olvidar las antiguas vestimentas, tirar toda la parafernalia adquirida que nos resistimos a perder. Esos disfraces nos acompañan y nos cubren desde que somos niños y creemos que nos constituyen, que son nuestra esencia, pero esos pesados ropajes nos impiden el movimiento hacia nuestro verdadero ser.
No hay que abandonarlos en el contenedor social de la ropa vieja por si alguien puede hacer uso de ellos. Hay que hacer una montonera, quemar esa pira, ver como el humo se va disipando arriba en el cielo azul y aquí en la tierra las cenizas vuelan sobre la hierba y el pasto sin siquiera dejar rastro.
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