martes, 4 de noviembre de 2014

ANONIMO

Leon Tolstói escuchó contar en su infancia, que el trozo de tierra donde se plantan árboles, se convierte en un lugar de felicidad. Ya muy anciano recordó esta promesa, y quiso que su tumba se cavara en la tierra, bajo los árboles que, él mismo, había plantado.
Allí en su casa de Yásnaia Poliana, en un paraje apartado y solitario del bosque, cumpliendo su última voluntad, fue enterrado Tolstoi.
Es un lugar de peregrinaje al que se llega por un estrecho sendero. Su tumba es un rectángulo de tierra amontonada, bajo la sombra de aquellos árboles, hoy altísimos, que él mismo plantó. No hay cruz ni epitafio ni lápida. La tumba anónima de un hombre. Como si fuera un soldado desconocido o un vagabundo. La tumba se engrandece en su silencio, la palabra de Dios toma la forma del susurro del viento, acariciando la sepultura de tierra, y ascendiendo, entre los árboles, hasta el cielo azul de Yásnaia Poliana.
Los grandes hombres no necesitan mausoleos.



(La hermandad infinita de nuestros grandes maestros, todos aprendemos de todos, leyendo a Stefan Zweig, Memorias de un Europeo).

No hay comentarios:

Publicar un comentario