Hay algo en el pintor de labriego, de jardinero, de hombre que se mancha las manos y las uñas con la tierra, con los pigmentos. Algo también del silencio prolongado, horas que se pasan en el campo o en el estudio. Y aprendes a estar contigo mismo. No tiene la pintura la pulcritud de la escritura, pero el cuadro tiene una pureza que no tiene el libro. Y tiene que ver con el misterio, con la revelación, con ese lenguaje en el que están excluidas las palabras.
Yo no podría vivir sin pintura. Y a veces , como mi misma sangre, me doy la vuelta para no verla.
Y la escritura, esa si que ayuda a vivir, es un exorcismo, una limpieza diaria, una reafirmación.
Entre el silencio y las palabras voy del agua a la orilla y del río al cerro alto.
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