Qué es lo que se busca pintando, qué es eso que te hace perderte por nuevas sendas, qué es eso que no encuentras en otras pinturas y te hace crear la propia?
La exuberancia de los virtuosos distrae, la manera despojada acerca al temblor del misterio, pero pierde la elegancia de la forma.
El milagro de la vida está ahí, en la inefable luz, en la levedad de la sombra, en el movimiento y la fugacidad de todo lo animado. Penetrar en silencio durante horas y contemplar en acción es pintar y rezar. Dejar que el propio movimiento del pincel nos lleve al encuentro de eso.
Y eso no tiene palabras.
Casi diría también que no tiene color y que la forma se desintegra para que el ánima aparezca, para que la estela se haga visible en la fusión de los contrarios.
Más que querer, más que ansiar un resultado, hay que dejar que suceda. Empezar a pintar hasta saber que uno ha preparado las condiciones para que eso nos visite, y al notar esa presencia, tener la humildad de dejar los pinceles. Puede suceder inesperadamente en el fulgor impetuoso del inicio. O al cabo de un año, capa tras capa, cuando la pintura es ya una piel con su geografía y su relieve.
La pintura no es un manual, es una sabiduría.
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