Ocurren a veces sucesos insólitos dentro de la más estricta normalidad, hechos que desvelan el terror que circula bajo la aparente cotidianidad.
Compré en un comercio de bellas artes amarillo de Nápoles y tres litros de aguarrás puro.
El dueño de la tienda es verdaderamente antipático, y si vuelvo desde hace más de veinte años allí, es porque sólo en ese local encuentro materiales verdaderamente escasos para la pintura.
Pagué mi factura y el señor comerciante me entregó, con la vuelta , cinco monedas de un céntimo.
Y además, aguantar la cara del sujeto con la expresión -“ Ya se lo he colado”-
¿ Cómo puede haber gente tan poco inteligente? La mezquindad abunda más de lo que creemos, hechos nimios nos hacen ver la irracionalidad de acciones que perjudican al que las practica. Esos cinco putos céntimos le pueden hacer perder un cliente, pero el prefiere sentir ese placer pervertido, absurdo, infantil en el peor de los sentidos, descerebrado y ruin.
Aún así volveré a aguantar a ese sujeto absurdo porque tiene sulfato de cal ligero, aguarrás puro extraído en verdad de la resina del pino y barniz de almáciga de la casa Lefranc que es el que me gusta.
Cada uno a lo suyo.
El terror no está en las películas de vampiros, está en la calle Hortaleza de Madrid.
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