Lo que busca el verdadero músico es un sonido distinto, la técnica, siempre necesaria, te lleva hasta un punto de partida.
Sucede igual con la pintura. El parecido en un retrato, los espacios cercanos y las lejanías, los volúmenes, la composición, la tonalidad adecuada, el color exacto, el estudio de la luz y la sombra, la precisión en el dibujo, es toda una vida la que se necesita para dominar todas esas materias a la vez y llevarlas al compás en la creación del cuadro. Pero siempre hay un plano indescifrable, único y personal, el toque, la vibración de la linea, la fusión del color en luz, es imposible abordar esto con las palabras, pues nos hallamos ante claves indescifrables.
Hasta esa linea nos llevan de la mano nuestros hermanos mayores, nuestros maestros. Y a partir de ahí, debemos caminar sin compañía, abriendo sendas en una aventura solitaria. Sabes que el sonido conocido no es el tuyo, que esa forma de pintura no es la propia, sigues avanzando con la fe y la incertidumbre, pero hay que seguir quitando y añadiendo capas, la estructura original cada vez más honda, el esfuerzo debe desaparecer y quedar latente, como una fase necesaria pero oculta. El impulso final ha de ser de ligereza, la depurada levedad.
Nos adentramos en el territorio en el que quedan atrás todas las barreras, las rejas de la cárcel se abrieron y los dedos vuelan ya sin resistencia.
El actor se retira.
La pintura se desprende de los efectos, el fin y el principio se reencuentran.
Queda en el lienzo de la arena, la última huella de un barrido.
Apenas el roce de un despegue.
No hay comentarios:
Publicar un comentario