La verdad es que el mercado del arte está lleno de snobismo y estupidez, que se ensalzan obras que dudo incluso de si las podríamos llamar arte, que el noble oficio de pintar va desapareciendo de nuestro mundo, y que la pintura figurativa tiene más que ver con la fotografía que con la pintura en si.
Ver pintura se convierte así en un hallazgo, en un asombro jubiloso. Eso me sucedió en una feria de arte en la que había muy poco arte. Caminaba con los ojos cansados y un paisaje de tierra siena y rojiza, me llamó con una fuerza desconocida.
Me acerqué y sentí esa sensación de nuevo. Era todo y era nada.
Esas tierras calcinadas, abiertas para constituir un universo silencioso e interior, llevaban en si la tradición milenaria de la pintura, era un paisaje abstracto pues las referencias a la realidad quedaban condensadas en el movimiento envolvente de un tiempo total y sagrado. Allí estaban todos los desiertos, todos los márgenes, todos los espacios fronterizos. En la humildad terrosa se fundían los dos mundos, era una luz inmanente y lunar la que aligeraba esa tierra sin horizonte, un primer plano total en el que lo subterráneo se hacía presente y el firmamento invisible acariciaba el corazón inmerso en el silencio y la paz.
Sucedía en un paisaje de Zoran Music.
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