Hay un sexto sentido, una brújula oculta instalada en algún lugar de nuestro organismo, ese sentido que nos hace seguir en una dirección aunque todos crean que estamos equivocados, una especie de fe que no es traducible en palabras, una fuerza impulsora más allá de la razón, eso que es lo más íntimo del ser y nos hace ser como somos, únicos.
Ese sentido profundamente humano que te hace desobedecer ordenes, valores establecidos, mandamientos supuestamente religiosos, tradiciones familiares, costumbres sociales. Ante esos pesos, la mayor parte de las veces insoportables, siempre hubo individuos valientes que oyeron su propia voz interior. Y se liberaron, no tuvieron más remedio que hacerse fuertes en si mismos. Se constituyeron además, sin pretenderlo, en ejemplos y modelos a seguir.
Es más cómodo pertenecer al rebaño y no pensar, no elegir, no apartarse del camino ya trillado. La soledad es dura.
Pero los que abren caminos acaban teniendo una legión de seguidores.
Y eso ya no importa tanto.
El sentimiento de soledad es una vestimenta que es necesario tirar como una ropa que se quedó pequeña y agujereada.
El que abre camino el primero, ve salir pájaros desconocidos, animales salvajes, flores silvestres de colores insólitos, el propio paso es silencioso y escuchas el canto de los pájaros y la brisa levantando el polvo y la lluvia sobre la hierba.
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