El mundo de los sueños, esa imagen emblemática del grabado de Goya, el hombre dormido y los dragones gigantes sobrevolándolo, no es algo del más allá, no es un margen monstruoso, sólo se desata lo reprimido, lo que no queremos mirar, lo que censuramos, lo que nos avergüenza. Todo eso va acumulándose en ese rincón oscuro de nuestra cerebro y emerge sobrevolando nuestra cabeza y nuestra razón.
Pues una parte del cerebro no puede engañar a la otra, hay que exponer todo lo temible, todo lo vergonzoso, mirarlo de frente, sacarlo a la luz, tener el valor de soltar al toro en su lugar natural, en el prado y no encerrarlo para pelear contra su embestida en la plaza.
Nada nos es ajeno si abrimos bien los ojos.
Nada hay que no pueda acometerse con tranquilidad, recorrerlo desde un extremo hasta el otro, deletrearlo sin juicios, un día y otro más, que nuestros miedos se ventilen hasta hacerlos cotidianos, que formen parte ya de nuestra costumbre.
Y entonces los dragones dejan de serlo para descubrir que sólo eran murciélagos.
La desmesura es una creación de nuestros miedos.
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