martes, 9 de febrero de 2016

CIEN GAVIOTAS

Duele lo que más amamos.
Y quisiéramos ser invulnerables.
Y es el mal entendido desapego la conquista necesaria, la asignatura siempre pendiente.
Amar y dejar ir, amar sin condiciones, amar sin perder la libertad.
Amar sin esperar resultados.
Porque el amor trae su propia liberación y nunca puede ser una celda, ni un cilicio,
ni una imposición, ni un sometimiento.
Ni un impulso sostenido por fuerza de voluntad o por conveniencia.
Agua sin sabor y color, en corriente, ahora verde como el musgo del fondo o roja como la piedra por la  que se desliza, cayendo al vacío en cascada o calma en la poza reflejando las nubes pasajeras.
Apenas un rumor de goteo, acompasado su sonido en el oleaje, jamás un grito.
Finalmente un jadeo nocturno, un suspiro que va entrando en el silencio acompañado.
O una gruta visitada por los peregrinos que besan la mano del hombre huesudo y ascético.
¿Cien gaviotas dónde irán?
 Vaya pregunta que dejó en el aire el dulce cantante, así como quien no sabe ni espera contestación.

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