Siempre me ocurre lo mismo, cuando siento la gran decepción, paseo por el río y miro hacia arriba, el cielo está cruzado por bandadas de grajillas, por los azulones, los cormoranes y las gaviotas, palomas torcaces, estorninos, las cotorras invasoras, algún zorzal, y es aquí en Madrid, en la rivera del Manzanares.
Cielos amarillos del atardecer, el mal no es una pesadilla, es tan real, es un hecho, y trae sus penosas consecuencias.
Pero este cielo dorado, diseminado de aves, me devuelve a la otra vida, a la belleza incesante, dos cigüeñas caminan tranquilamente por la orilla del carrizo, no levantan el vuelo al verme pasar en bicicleta.
Y yo sigo dando pedales y susurrando mi oración.
No hay comentarios:
Publicar un comentario