lunes, 16 de febrero de 2015

MAGIA Y FANTASIA

Sansón creía que su poder estaba en su melena, Anquetil extraía el bidón de bebida de su bici y lo situaba en el bolsillo del maillot porque eso le convencía de la ligereza de su bicicleta, y le hacía volar cuesta arriba con sus competidores escaladores. Los toreros tienen una rutina de entrada a la plaza de toros que jamás incumplen, pues esas reglas y en según qué orden, están establecidas para protegerles de la muerte. La razón no sostiene ninguno de esos sortilegios, pero son necesarios, imprescindibles, el hombre se lanza a lo imposible y lo consigue gracias a ese valor añadido que está en el rincón escondido de su cerebro, en su fantasía. Cuando las fuerzas están al limite, y hay que ir más allá, se recurre a la magia, nos vamos sumergiendo en un territorio de reserva. Lo que ocurre es que la mayoría abandonan antes de llegar a ese estado extremo. El que aprende a orientarse en esa tierra inexplorada, es el que crece, el que llega más allá.
Ahí empieza la ligereza y la levedad, pues en el arrasamiento por el que hay que transitar, se pierde también el propio peso, se desintegra la masa corporal, ahí ya no hay velocidad o lentitud, y los análisis de nuestras constantes físicas están trascendidos por la fuerza de la fe, por el conocimiento oscuro, por esa energía que surge, no ya de nuestro cuerpo agotado, sino del último impulso de la mente ilusionada.

Hablé de los toreros, hay que prestarles atención, pues ellos luchan contra muchos elementos incontrolables, el viento que zarandea su muleta, las inciertas condiciones del animal al que tienen que someter, y todo ello delante del público, cómodamente sentado con su implacable juicio. Se enfrentan al toro negro de la muerte, y salen al ruedo vestidos con el traje de luces, sublime y ridículo y ahí actúan en esa frontera límite, entre el sol y la sombra, entre la técnica y la indefensión, entre el arte y la carnicería grosera, entre el triunfo y el fracaso, finalmente entre la vida y la muerte . Escuchemos lo que le dijo Juan Belmonte a su biógrafo y evangelista, el gran Chaves Nogales - “La empresa era superior a mi imaginación y estuve a punto de fracasar, no por falta de dinero, sino por falta de fantasía, que es por lo que se fracasa siempre”
El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona, escribió el poeta Hölderlin.
Aunque acabara recluido y demente en su solitaria torre.
Estamos en los bordes del abismo, en el cable sin red, también los empleados con sueldos fijos, también los heredados y los bendecidos por sus favorables destinos.También los que sueltan sus sermones en los púlpitos, los que sacan pecho en las tribunas del poder. Ellos son sólo los ilustres ignorantes, el público siente la llamada del espectáculo, siente que su verdadera vida está reflejada en la arena, en el cuadro, en el libro, ahí donde se ha dejado escrito lo que nadie se atreve a hablar, y los bufones y los toreros y los escribanos y los poetas son los mártires expuestos, los pobres gladiadores de esta época hipócrita, tan hipócrita coma cualquier época pasada donde murieron los héroes, donde murieron los salvadores, donde murieron los mejores.

No se trata de conquistar la gloria, el que camina por el abismo vislumbra la verdad, la única forma de llegar al conocimiento es exponerse, y tropezar y errar, nada hay más luminoso que el fracaso, nada tiene que ver todo esto con un deseo masoquista de atracción hacia el sufrimiento, las bienaventuranzas nacieron en esta tierra de reserva, en esta tierra de desheredados y rechazados. De qué te sirve ganar el mundo si pierdes tu alma.
Ese vislumbre de una verdad sin contornos claros es incomparable.

Y el hombre se encierra en la cueva y pinta el bisonte eterno.
Y el hombre traza las dos lineas de la cruz.
Y el hombre siente la tierra punzante en sus rodillas y y junta sus manos mirando al cielo.

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