Suele llevar un gorro de lana oscuro en la cabeza, sigue siendo delgado y fuerte, la cara arrugada y morena, le gusta el aire libre. Tiene ahora 73 años y durante casi toda su vida fue instructor de golf. Hace ya veinte años publicó un libro que mezclaba las anécdotas con sus consejos sobre el swing. Fue un éxito enorme.
Me comentó que se iría de Madrid, que no quería convertirse en un viejo dando lecciones y consejos, que eso sería lo último, como si toda su vida pasada hubiera sido una representación teatral.
Y eso es lo que hizo. Ahora vive en una zona montañosa de Málaga, el mar no queda lejos.
Cuando le fui a ver, su casa se llenaba de visitas, jugadores jóvenes de golf, le contaban sobre el juego de cada uno de ellos, lo largo que le pegaban a la bola con el driver, si hacían fade o draw, sobre el grip fuerte o débil, y mil cosas más. Y él apenas contestaba, escuchaba y asentía, contaba alguna que otra cosa del juego, pero poco más.
Pero quién podría dudar de que todos aquellos jóvenes vocacionales y apasionados eran sus apóstoles, adoraban a su maestro, y aprendían, era una rara transmisión en silencio, salían de la casa confirmados, bendecidos, llenos de confianza.
Creo que ahora es más feliz que nunca, sigue siendo maestro, pero no ejerce, ya no cobra dinero por sus lecciones, ya no suelta sermones, su swing es silencioso, su ritmo perfecto, pero no creo que todos esos jóvenes que le visitan, duden un sólo segundo quién es el mejor enseñando.
Lo ha conseguido, ha cerrado el círculo perfecto, enseña fuera de las academias, sin escuela, sin influir, sin método, un guante único para cada mano, eso si que es una obra maestra.
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