James Lord es un escritor puro, en él no hay rastro de pedantería ni intelectualismo, describe con naturalidad, observa con sensibilidad sin pretender ser sublime. Nos cuenta su asombro ante el proceso misterioso de la creación y retrata con linea maestra al artista, al creador. Leí hace tiempo una biografía que hizo de Balthus y me pareció de una exactitud insólita.
Sus libros tienen la inocencia del que contempla un espectáculo con la mirada del testigo, son los propios hechos los que van constituyendo el prodigio, el milagro, la leyenda. El escritor narra lo sucedido sin opinar, sin juzgar.
Así es también su " Retrato de Giacometti". James Lord nos relata las 18 sesiones en las que posó como modelo para el escultor Giacometti. De cada sesión queda el documento en imagen fotográfica de lo pintado ese día , y así podemos ser también observadores de la evolución del retrato.
Son 18 capítulos: uno para cada sesión.
Así que nos convierte en espectadores de 18 retratos y no necesariamente el mejor es el último.
Asistimos a la tragedia del artista que siente la impotencia íntima de crear, en este caso con pintura, el milagro de la vida, el retrato total del ser humano, del ser más cercano. Cada sesión es un proceso de aniquilación y resurrección. El artista habla en voz alta, muestra su intensidad, su ilimitada ambición que choca ante el juicio despiadado sobre si mismo, o sería más exacto decir, sobre su propia incapacidad como pintor. El artista ve mucho más que lo que es capaz de expresar. Pero está la fe, el presentimiento de que la gran obra está a punto de suceder, el cazador acecha a su presa. Y cada disparo es un acierto o un fallo, quién lo sabe?
Lo que en verdad impresiona es la autenticidad de todo el proceso. ¿ Locura, genialidad, enfermedad, videncia? El resultado acaba siendo insignificante, es el viaje hacia el conocimiento, hacia la luz, hacia la esencia y el misterio lo verdaderamente importante. Los rayados trágicos, la espiral enmarañada de sus trazos, la presencia humana que aparece y se esfuma en cada sesión, esa senda iniciática y única, ese crear el mundo a cada momento y esa hecatombe diaria, nos convierte a todos, de la mano de James Lord, en testigos alucinados de dos retratos prodigiosos creándose en paralelo. Giacometti retratando a James Lord. James Lord retratando a Giacometti.
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