En algún momento hay que decidir dejar al niño que llora en la cuna, sino se pasa uno la vida pendiente de los quejidos y esclavizado por la voluntad caprichosa del bebé. Lo irracional también nos puede dominar, podemos vivir bajo el yugo de lo que no entendemos.
Cada vez que llora el niño corremos a atenderlo, cada vez que reviene ese mundo anterior a nuestra madurez, creemos que la verdad está ahí, en ese paraíso previo a nuestra independencia intelectual. Y la verdad no está en ninguna parte, la verdad se mueve a cada momento, exige un estado de apertura, una humildad, estar alerta hacia lo que sucede, las nubes cambian a cada instante.
Lo irracional nos hace creernos indefensos, lo racional nos hace creídos, petulantes, nos inmoviliza en los mandamientos, en los axiomas y en las creencias.
Así que huyo de las brujas que nos leen las manos y nos hacen creer que todo está escrito y estamos dominados por las fuerzas oscuras y evito también a los fariseos que todo lo saben, que se creen sabios y formulan sus órdenes inflexibles basadas en la experiencia milenaria.
Para el camino incierto no es poca cosa la linterna del cerebro y la corriente del corazón.
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