lunes, 7 de julio de 2014
CARCHIN
Nunca acabé su retrato, por eso quizá tiene algo de su magia. Se quedó en el inicio de una pintura, la silueta de su cuerpo apenas esbozada, y la cabeza más pintada. Mi hermana Carchín vestía una camiseta de rayas y un smoking. Estaba de espaldas y en un giro, su cara miraba de frente, sus ojos verdes, su media melena rizada.
Es una artista total, escribía, pintaba, contorsionista, rebelde, valiente, insobornable.
Ya no escribe, ni pinta, su mejor obra es ella misma.
Hace unas fotografías desde su casa ambulante, una caravana con la que recorre sus mundos.
Descubre territorios escondidos, y su mirada es certera, acierta infalible.
Esa arquitectura potente y el ciprés a través del hueco, son imágenes captadas por ella.
Viaja siempre con sus perros, y ellos trazan los caminos.
Mi hija Reyes es feliz junto a Carchín.
Siempre ha sido mi favorita. Cuando volvíamos del colegio, marcábamos una portería entre dos árboles y yo la bombardeaba con el balón. Ella volaba hasta las escuadras imaginarias y paraba tiros imposibles. En los descansos nos tomábamos bocadillos de pan con chocolate.
Fue campeona de España de balón mano. Y lo paró todo.
Esas rocas potentes, tienen su personalidad. Alejada de cualquier solemnidad, natural, va llenando su paso de tesoros que no brillan pero quedan ahí, imprescindibles, marcando un camino personal y auténtico.
Y sus tres hijos: Carchín, Curro y Pelayo.
Vaya familia bonita.
Vaya ejemplo sin una palabra de más.
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