En una quietud absoluta, un humano escultura, bañado en oro, ocupaba su sitio en la calle Arenal. Representaba a un hombre escribiendo en una mesa con papeles y tinteros. Sobre el suelo un sombrero para que los transeúntes depositaran su propina.Y a cada nueva moneda, la escultura salía de su mutismo y reaccionaba con un movimiento cobrando vida.
Nos mueve el dinero.
Metáfora escultórica triste y real. El becerro de oro, la única deidad en la que se cree.
Sin embargo Fidias esculpía las espaldas de sus esculturas para El Partenón, aunque estas fueran a ser miradas sólo de frente. Ese otro movimiento más profundo y aparentemente inútil, es la raíz de la inefable belleza. La circunferencia no se puede dejar a medias, hay que cerrarla, el cuadro tiene que llegar a su punto, la palabra tiene que ser certera y exacta, que tiene que ver todo eso con el dinero...
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