El cuerpo empapado, la pendiente casi vertical, la rueda delantera apanas avanza, los muros barrocos de rocas a cada lado de la estrecha carretera conforman el fantasmagórico pórtico de Urkulu. Es traspasarlo para adentrarse en el misterio de la niebla, en el secreto de la gran montaña, ese secreto que está en el corazón de los pastores milenarios, de los peregrinos descalzos, de los escaladores ciclistas.
Atrás queda el sufrimiento y el frío y la meteorología, uno se adelanta a si mismo y traspasa también el propio cuerpo: el pórtico natural de piedra es una puerta abierta a lo inefable, el peso del cuerpo se queda en la tierra, el alma fluye ingrávida por la cumbre, por el circo mágico de Urkulu, allá donde reina el silencio del viento, donde te adentras en la nube y la pradera verde roza el infinito.
Eres el puto amo, ¿te acuerdas de que hablamos de que las cosas buenas entran con sufrimiento? Pues eso. Un saludo.
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