El arte moderno, y en este, incluyo a artistas , críticos y galeristas, y finalmente a los consumidores y compradores de ese arte, no admite cualquier obra que roce lo amable, lo bien intencionado, lo luminoso o alegre. Parece que todo en la vida es oscuro y perverso, triste y trágico, violento e intrincado. Lo mismo da que hablemos de cine o pintura, de literatura o de música, de teatro o de danza.
Es indudable que el dolor forma parte de la vida, eso es tan inapelable como la muerte, pero en la luz también se hace presente el misterio insondable, en la alegría puede haber más profundidad que en el más oscuro de los barrancos. Lo que ocurre es que los artistas que han llegado a esa plenitud radiante, son los que cruzaron todas las fronteras, incluso las propias, esos que están más allá de cualquier límite. Y hablo de Velazquez, de Mozart, de Fidias, del último Miguel Angel. De algún cuadro de Music, del anciano Leonard Cohen, de Tom Waits, cuando deja de disimular y canta con el corazón, de Louis Amstrong, de Charles Chaplin, de Kurosawa...
Yo estoy harto de ver bodrios tremendistas, de ver arañazos enfáticos, de ver tanta mierda artificial.
Y cuando miras todas esas obras colgadas en los salones de los millonarios, te ríes de la estupidez convencional que pretende ser muy avanzada y moderna.
¡Cuánta tontería en los altares fariseos!
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