lunes, 23 de marzo de 2015

AL PASO

El pintor roza en muchas épocas momentos en los que todo parece estar en contra, y la pintura entonces se aleja, parece un imposible, un sueño evanescente.
Es difícil hasta comprar el material de siempre. El blanco de plomo dejó de fabricarse, el barniz de almáciga adquiere el valor de un diamante y no se encuentra, un cuarto de litro en una botella de cristal tiene un precio desorbitado. El simple hecho de ponerse a pintar en un caballete parece hoy algo desfasado y absurdo. Los mismos caballetes que se adquieren actualmente en los comercios de las bellas artes son artilugios inestables y endebles. ¿ Dónde están aquellos caballetes majestuosos de nuestro ancianos maestros? El ritmo de la pintura pertenece a un mundo desaparecido, a la época de los caballos y los carruajes, cuando viajar era un itinerario penoso y largo, y veías llegar el sol y el paso de las nubes y la lluvia en el camino, casi sentías el cambio de las estaciones para atravesar el territorio de tu país. Las casas humildes de los camineros y los ermitaños del bosque eran de piedra y la humanidad construía catedrales perdurables. A la gente no le importaba posar ante un pintor, el tiempo se medía de otra forma, transcurría silencioso en el descendimiento mineral de los relojes de arena.
Y es en estos instantes, cuando todo parece caduco, cuando la arquitectura es de plástico y las relaciones humanas son de consumo, es en estos momentos de precariedad y materialismo, cuando comprendes el valor de unos pigmentos sobre un tela de lino.
No hace falta dar muchas explicaciones, esos seres misteriosos que pintan al amanecer, que intentan captar la luz que entra por el ventanal de sus estudios, sellan un testimonio, levantan silenciosamente un documento que salva el sin sentido de una especie que perdió el pie, que equivocó el camino, que va a una velocidad que impide mirar, o lo que es peor, obliga mirar a una velocidad en la que inevitablemente verás la realidad deformada.
Mira la pintura de un modo distinto, aléjate de solemnidades pomposas, mira esa obra sencilla, ese documento hecho a mano alzada, en donde vibran unas luces de aviso: La claridad en una frente, el relieve de la corteza de un árbol; o la transición temblorosa del azul al negro y del negro a la penumbra.
Eso es la pintura, una llama de atención encendida.
Alguien te está diciendo sin palabras: ¡ Detente y mira !

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