martes, 24 de marzo de 2015

CARTA A UN GALERISTA



Mira, querido galerista, voy a pintar una manzana tres veces más grande que tu cara.
Sólo una, para que te des cuenta de que una manzana es un paisaje como otro cualquiera.
No es el motivo lo que importa, sino la intensidad de cómo fue pintado.
Hace muchos años ya, cuando aún estabas de moda y en la cúspide, te presenté los cuadros de un amigo pintor, y me dijiste, sin apenas mirarlos- “ ¿ Pero cómo se pueden seguir hoy pintando manzanas?”-

Y yo a lo mío.
Voy a pintar retratos en blanco y negro del tamaño de un garaje.
Voy a empezar por la mañana y voy a acabar por la noche, retratos de una sesión, como una operación quirúrgica que se alarga.
Si nos piden velocidad, hay que ir a la esencia, y pintar la presencia, nada más.
Esa es la visión necesaria en nuestros días.
Seguir pintando rostros.
Seguir aportando documentos hechos a mano alzada y que no pretendan ser exactos, un retrato es una historia de amor entre dos personas.
Y el amor nunca caduca.
Es eterno.
Aunque cambien las caras.
Permanece el impulso de vivir.
Voy a hacer, en un año, trescientos sesenta y cinco retratos.
Trescientas sesenta y cinco manchas de óleo.
Quizá merezcan salvarse tres, a lo mejor nueve.
Quizá así, en dos años, y si hay suerte y mucho trabajo inspirado, tenga dieciocho retratos.

Y vamos a olvidar los carruajes y los caballos y los tiempos pasados y los modernos.
Se trata de darle la vuelta al reloj de arena cada día.
Varias veces.
La muerte está ahí a la vuelta de la esquina.
La vida transcurre al compás de la arena.

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