Nos hemos reído juntos tantas veces, nos hemos preguntado y hemos puesto a prueba todos nuestros planteamientos vitales y nuestros valores, nos hemos confesado debilidades, también nuestras supuestas heroicidades. Y ahí seguimos.
En un momento difícil me dejó su casa estudio, él no estaba, se había ido a navegar el mediterráneo, con su mujer.
Pasé una semana entera en mitad del bosque, en su cabaña de luz. Estuve esos siete días en silencio, cantaban los mirlos y las oropéndolas, y los pájaros carpinteros repicaban en los pinos del barranco.
Sus instrumentos fotográficos y sus trípodes ocupaban una esquina del salón abierto a la luz, acristalado, y las nubes pasaban lentas por la bóveda celeste, los cipreses se iluminaban y se ensombrecían, lo de fuera estaba dentro y lo interno no tenía límites ni barreras. Aquella semana asistí en silencio y con el mismo ritmo de las nubes, a mi suave resurrección.
Pensé en lo grande que es tener a un amigo de verdad.
No he dicho de que color son sus ojos, ni cómo es el timbre de su voz, casi no le he mencionado. Tiene una personalidad fuerte, y sin embargo el amigo me abrió su espacio, me dejó entrar en su cabaña, se fue y me salvó la vida. En aquella estancia de luz recuperé mi alma, volví a ser.
Eso es amistad, eso es generosidad. Algún día haré su retrato.
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